sábado, 15 de noviembre de 2008

La mujer perro

Soy el hombre, y también, soy el perro.
Y la montaña es virtual.
He logrado la máxima economía de recursos a la que se puede aspirar, si es que a ello se desea aspirar.
Yo no deseaba, ni deseo, lograr la máxima economía de recursos, pero así ha sido dado, me ha sido dado, y no he podido construir mi mundo de otro modo.
He construído lo que muchos desean, sueñan o anhelan (o dicen desear, soñar o anhelar): puedo instaurar una soledad completa en mi vida, si así lo quiero.
Pero yo no quería, ni quiero, construír esta construcción.
Como partícipe indivisible de los hechos, he colaborado durante cuatro décadas a forjar este presente.
Presente que, si debo ser explícita, mucho no difiere del pasado, o en todo caso, es huevo o gallina, no hay un antes ni un después. Simplemente, así ha sido dado, me ha sido dado, o no he podido construír mi mundo de otro modo. Nada es consecuencia de nada: a mi me resulta como un continuo, como una cinta de Moebius donde recorro el mismo camino sin que jamás pueda salir de él.
Eduardo es una novedad en esta vida. Un puerto donde anclar, mansas aguas tibias. Elegirlo implica elegir la deconstrucción de al menos parte de ese mundo donde soy hombre, perro y ni es necesaria la montaña.
Cuando se va caminando, despacito, con la cabeza un tanto gacha, ese sábado, soy hombre y perro.
De no ser él, tengo la total y absoluta certeza que nadie llamará ni golpeará a la puerta.
Nadie escribirá.
Podrían transcurrir días, y salvo la necesidad de mis hijos de ser cuidados, nada interrumpirá a la mujer perro.
Debo ser la mujer perro entonces, debo serlo.
Me imagino perro un tanto callejero, mediano, blanco con manchas marrones; orejas un tanto largas, -marrones ellas-, y ese andar casi al trote, de asustado o aburrido, no se sabe bien. La pata izquierda rengea un poco.
Detesto a este tipo de perros. Jamás se detienen.
Mamá me dejo ese día, creo que cerca de lo de tía Mercedes, porque me demoré en subir al auto. "Andate sola, no te espero más", dijo, y se fue en el auto.
Me encontré sola, no sabía bien donde estaba, ni donde estaba mi casa. Sólo recordaba de memoria "callecincuentaycinconúmerodosmilochentayseis", así, todo de corrido y apurado.
Primero no lo creí, recuerdo. Esperaba que diera la vuelta a la manzana.
No la dió. Esperé un ratito, y creo que lloré un poco, agarrándome la trencita de la derecha. Remera roja a rayas blancas, tenía, un pantalón cortito blanco, y zapatillitas de lona blanca. Las trenzas siempre tirantes, que me hacían doler la cabeza.
Venía por la vereda una viejita, alta, delgada, un batón medio gris (recuerdo) y el pelo muy canoso. Como un rodete o algo así, sudaba la señora, era verano.
"Hola, perdone, yo no sé cómo llegar a mi casa de callecincuentaycinconúmerodosmilochentayseis, usted, sabe?"
Me miró desde arriba, y me miraba muy raro, como si me preguntara algo con los ojos. Me erguí en las puntas de los pies, urgiéndola, y moviendo los hombros le dije "Yo no sé cómo llegar, usted, sabe?" le pregunté otra vez -con un tono entre presionante y triste-, y creo que no me animaba a preguntarlo por tercera vez; creo que se dió cuenta de ello.
Me señaló (cierro los ojos y la veo) con su brazo izquierdo, me explicó que eran cuatro para allá y que luego, siguiera derecho hasta encontrar mi casa. Me preguntó si sabía cruzar las calles, y le dije que sí. Me dijo que tuviera cuidado con la avenida 58. Fruncía la frente hacia arriba, creo que desconfiaba de que le entendiera correctamente. Explicó varias veces lo mismo, con énfasis, estirando ese brazo que colgaba carne magra.
Le dije "Muchas gracias", y me fuí, y me dí vuelta varias veces para mirarla. Ella, me miró un poquito, y luego siguió caminando su camino.
A mí me pareció que ella era algo como lo último vivo que me conectaba a algo. Que luego de ese instante, entre la viejita y mi casa, todo era terra incógnita. Y lo era.
Caminé, primero apurada, y luego, me fuí relajando.
Todo era terra incógnita, pero nada más que eso.
Era un espacio en la nada.
Caminé un rato. Recuerdo haber cruzado la avenida 58 con mucho cuidado.
Cuando faltaba una cuadra para llegar a mi casa, sentí que llegar o no llegar no tenía gran sentido.
Aún cuando llegara, estaría sola.
Creo que ahí nació la mujer perro que no necesita la montaña.
Ojalá hubiera podido darle la mano a la viejita y decirle "voy con vos, adonde vayas", más allá de lo que ella hubiera contestado; hubiera sido importante que yo pudiera decirlo, pedirlo o rogarlo.
Eduardo dice que tiro terrascones.
Deben ser los fragmentos de la mujer perro.
Por eso debe haberme sacado Mamá los colmillos de abajo. Para que no mordiera tanto.
Yo no quiero morder; sólo que, a veces, actúo como puedo.
¿quién más que yo quisiera que yo viviera mi vida de diferente forma? ¿quien más que yo quisiera desandar estos cuarenta años y vivirlos de otro modo?
Resulta pesado vivir con la sensación de que era posible vivir de otra forma, y no supe verlo. Ahora, cuando todos comienzan a vivir las reflexiones, yo recién me doy cuenta de los básicos.
Hago palotes al lado de quienes hacen cálculo científico, evalúan derivadas de una función en "x", mientras yo intento de una buena vez aprender las vocales.
a, e, i, o, u, debo aprender esto de una vez.
Todos parecen tan grandes, y tan sabios.
Les faltan el batón gris, las canas, y el sudor.
Eduardo me dice donde queda callecincuentaycinconúmerodosmilochentayseis.
No quiero ir ahí.
Voy con vos, adonde vayas.
a, e, i, o, u.
a, e, i, o, u.
Yo quiero y puedo, me vá a salir.


24/03/2004

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