Patriarcado es un término antropológico que define la
condición sociológica en que los miembros masculinos de una sociedad tienden a
predominar en posiciones de poder; mientras más poderosa sea esta posición, más
probabilidades que un miembro masculino retenga esa posición.
Desde la etimología, es el “gobierno de los padres”. Es una
forma de organización social en la que los varones ejercen la autoridad en
todos los ámbitos, de modo tal de asegurarse la herencia por línea masculina,
y la transmisión del poder.
Es entonces un sistema de dominación masculina sobre las
mujeres, que ha ido mutando a través de la historia. Es una estructura opresiva
de la mujer, y un esquema de producción y reproducción de la especie humana.
Los tres pilares son el sometimiento de la mujer, la represión de cualquier
manifestación de sexualidad femenina, y la apropiación de la fuerza de trabajo
que posea el grupo dominado.
Se constituye entre el 3100 AC y el 600 DC.
Será pues un sistema familiar, social, ideológico y político
en el cual los hombres a través de diversas herramientas (educación, división
del trabajo, costumbres, leyes, lenguaje, tradiciones, lenguaje, presión en
forma directa o lisa y llanamente la fuerza) determinan cual será el papel que
la mujer ha de interpretar a fin de estar sometida al varón.
En la sociedad pre-patriarcal, las mujeres cultivaban, los
hombres cazaban o luchaban, y la situación era equitativa. En el paso del
nomadismo al sedentarismo comienza la necesidad de defender el territorio de
quien quisiera ocuparlo. Eso produce una división del trabajo por la fuerza
física –mayor en los hombres-, y la resistencia biológica –mejor en las
mujeres-.
A la vez, la mujer siempre tenía la certeza que el hijo era
suyo, certeza que el hombre no tenía. También se evitaba la endogamia, y los
diferentes grupos humanos van a cruzarse para evitar el debilitamiento como
grupo humano. Las alianzas con otros grupos humanos se hacen necesarias y los
cruzamientos entre grupo se acentúan. Y uno de los pocos “valores” para
entregar al tejer una alianza era una mujer. Eran intercambiadas en
transacciones matrimoniales. Ergo, eran una moneda de cambio, un patrón económico,
un “stock”.
La sexualidad femenina es la mercancía -el capital- que garantiza poseer
la tierra, bienes, y alguna forma de paz entre grupos humanos. A esa mercancía,
es necesario apropiársela. Solo puede apropiársela quien la supera en fuerza física.
Es propiedad privada, no puede ser libre, ni decidir por sí misma. Por ese
motivo la sociedad patriarcal es previa a la sociedad de clases.
Llegado a ese punto, se produce la toma de poder. Existe una
tácita declaración masculina de que ese estado de cosas debe concluir, pues si
la única que conoce su descendencia es la mujer, y es además “la mercancía” por
excelencia, está en una posición de superioridad. Había que prohibir esto, y a
esa prohibición se la llamó “Derecho”.
La mujer entonces comienza a ser dominada económicamente. No
puede ser propietaria, y también es excluida de la herencia. Sobreviene luego
la dominación física, y a continuación, la espiritual: el sistema legal, el
moral y el religioso la marginan.
Se completa esta pintura con algo que la humanidad antes no
había vivido: la heterosexualidad obligatoria. De este modo, se asegura la
reproducción de la especie, y la herencia vía patrilineal.
Entonces tenemos:
- heterosexualidad obligatoria;
- marginación;
- dominación económica, política, legal, religiosa;
- valor de mercancía. (Cosificación, objetualización)
Además, una característica peculiar del patriarcado es que
es una organización metaestable. Esto significa que sus modos y formas van
adaptándose a diferentes tipos históricos de organización social y económica,
con fluctuaciones pero preservando un sistema de ejercicio del poder.
Al ser la mujer una mercancía - aún al día de hoy- la
rivalidad entre mujeres y la solidaridad adoptan formas tortuosas. Es muy
difícil generar la autoconciencia de pertenecer a un colectivo históricamente
discriminado y usado. Abundan los casos en que “la mujer es el lobo de la mujer”.
Destejer la trama de la red socio-cultural que es la nuestra, y desde donde hemos
constituido nuestra propia identidad, no es nada fácil.
Las luchas del feminismo no han sido pocas. Ni en la primera
ola (ppios. Siglo XX, el sufragio), ni en la segunda (60’s-70’s, la
transformación de las relaciones afectivo-sexuales), ni en la tercer ola (90’s
a la fecha, con sus múltiples escisiones: el hembrismo, los trans, los queer,
los cisgénero, lesbianas, gays, bisexuales, crossdresers, etc.). En estos
vaivenes, no siempre hay coincidencias conceptuales ni estructurales.
Planteado esto, es posible considerar la violencia contra
las mujeres. Antes, una vez instalado el patriarcado, era algo considerado
parte del orden natural de las cosas. Dicho claro: el orden natural de las
cosas era que media humanidad tenía derecho (legal, moral, político y
religioso) a ejercer violencia contra la otra mitad, pues la otra mitad era una
mercancía de su propiedad. Como una mula, un buey o un caballo.
En la Argentina, el 53% de los feminicidios perpetrados en
el año 2015 fueron a manos de personas en contacto directo con las fallecidas
(pareja, ex pareja, familiar directo o indirecto).
Allí aparece el ancestral “la maté porque era mía”, la
expresión más dramática del orden patriarcal, una condición que subyace en estos
crímenes. Si mi mercancía más valiosa decide irse, no puedo permitirlo.
Como en la “Fenomenología del Espíritu” de Hegel, sin
esclavo no hay amo. Y no hay esclavo sin amo.
Pero el patriarcado es una trampa tanto para las mujeres
como para los hombres.
Los hombres se ven involucrados en una competencia
intrasexual masculina, dado que deben controlar a las mujeres y a su vez a los
otros hombres individualmente. El hombre debe ganarse a esa mujer, y además,
evitar que otros hombres la hagan suya, permanentemente. Biológicamente, este
gran esfuerzo hace que los hombres vivan menos, se suiciden más, sufren más
accidentes laborales y homicidios en defensa de las “propiedades” (cualesquiera
sean), se estresen y depriman en mucha mayor cantidad que las mujeres.
El estudio, publicado en “Evolutinary behavioral sciences”,
es la relación positiva entre mortandad masculina y “empoderamiento” femenino.
Kanazawa y Still en su estudio de datos del “índice de
poliginia” (que combina el índice de empoderamiento femenino con el coeficiente
de Gini) muestran que cuanto menos igualitaria es una sociedad, la proporción
de mortandad masculina comparada con la femenina, aumenta.
No es discutible que las sociedades “más patriarcales” son
severamente dañinas para los hombres, aunque este dato contradiga las
expectativas ideológicas tanto de los “conservadores” como de las feministas.
Se puede decir que la situación es paradójica.
Finalmente, el patriarcado como sistema de opresión
milenario es la forma en que algunos hombres muy poderosos controlan tanto a casi
todas las mujeres como a otros hombres, y además de ello, a los recursos no
humanos. Un capital concentrado que transforma a gran parte de la humanidad en
víctimas, sean mujeres u hombres.
1 comentario:
¡Bieeen Almita!!!! Se te extraña siempre.
Publicar un comentario