sábado, 6 de diciembre de 2008

Un homenaje: Audrey Hepburn

Audrey Hepburn, «la estrella que no veía su propia luz» Una estrella que fue toda fragilidad, y no sólo por sus 50 centímetros de cintura: «Todos se enamoraban de su inseguridad, era una estrella que no veía su propia luz», dijo de ella su hijo Sean..
Por algo Hepburn ha merecido ahora que Donald Spoto, el llamado biógrafo de Hollywood -retratista post mortem, por ejemplo, de Hitchcock, Marilyn y Tennessee Williams-, volviera su mirada hacia ella. El resultado, que llega a España editado por Lumen, traza el perfil de una mujer traumatizada por los fracasos matrimoniales de su madre -y los suyos propios: seis abortos-, fumadora compulsiva de tres cajetillas al día, de ademanes aristocráticos pero amable cercanía.
«Una mujer que nunca se creyó más que nadie y siempre pensó antes en los demás que en ella misma», dice Spoto, quien, por cierto, apenas ilumina el lado oscuro del personaje (si lo hubiere), algo extraño para quien retrató a un Hitchcock dominado por sus represiones y a una Marilyn Monroe manipulada por bandadas de buitres, algunos de apellido Kennedy: «¡Quizá no haya ese lado oscuro!», se defiende él, «pero en EEUU sí ha habido polémica porque hablo de sus amantes extramatrimoniales... ¡Espero que Europa sea más comprensiva!». En la nómina, William Holden, Albert Finney, Ben Gazzara y un rosario más de varones, incluidos el torero Antonio Ordóñez y Alfonso de Borbón.
Sentimientos encontrados de Hepburn con respecto a su progenitora, la baronesa holandesa Ella van Heemstra: una mujer de dureza granítica -«lo has hecho muy bien, teniendo en cuenta que no tienes talento», le llegó a soltar tras una actuación- y moral victoriana: «Fue una madre centroeuropea de la época», disculpa Spoto. La baronesa se aseguró de que su hija tuviera unos exquisitos modales, pero también de que «jamás mostrara demasiado sus emociones». El toque distinguido procede pues de ella, pero también la necesidad de cariño: «Yo sólo quería ser querida», confesaría Hepburn más de una vez.
Un Bogart ya muy alcoholizado, con quien coincidió en Sabrina, solía torturarla en el rodaje: «¿Es que no puedes hacerlo mejor que eso?», le lanzaba. Gregory Peck quedó enamorado en Vacaciones en Roma: «Es imposible no quererla». En el mismo filme, William Wyler se cansó de que Hepburn no fuera capaz de llorar en escena y le soltó tal bronca que la dejó, efectivamente, llorando y lista para rodar. En Robin y Marian, Richard Lester la torturó con su veloz ritmo de trabajo: «He sido tratada mejor», fue lo más que dijo ella, siempre tan educada.
Su primera aparición en Givenchy, en 1953, deslumbró a Hubert de Givenchy, que le dejó elegir lo que quisiera del guardarropa y se declaró enamorado. Su amistad duraría 40 años, hasta la muerte de Hepburn en Suiza en 1993, «víctima del tabaco, que la ayudó a combatir su nerviosismo toda la vida». Al final, como su madre, la mujer que cambió el modelo de belleza del siglo XX dedicó sus últimos años a los más pobres, como embajadora de Unicef. Tal vez su última «insumisión», dice Spoto, al falso y dorado Hollywood.

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