martes, 28 de marzo de 2006

La cafetera

"El bastón, las monedas, el llavero,
la dócil cerradura, las tardías
notas que no leerán los pocos días
que me quedan, los naipes y el tablero,
un libro y en sus páginas la ajada
violeta, monumento de una tarde sin duda inolvidable y ya olvidada,
el rojo espejo occidental en que arde
una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas,
limas, umbrales, atlas,copas, clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,
ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
No sabrán nunca que nos hemos ido"
"Las Cosas", J.L. Borges

Todo comenzó cuando buscó una receta que recordaba vagamente, estaba en el número último o primero del año 1999 de la revista Cuisine & Vins.
El problema es que no estaba la revista. Más precisamente, de la colección, no había ningún ejemplar. Ni uno. Sabía que debían ser 24 ó 36 ejemplares, esto es dos o tres suscripciones; pero no aparecían en la biblioteca los lomos negros. Esto, le llevó también a darse cuenta que no estaban los libros de pintura. -"Carambas", se dijo, y realmente se dijo "Carambas" y no " la puta que lo parió", porque no deseaba putearlo a él, sino, le molestaba la situación.
El día que él embaló las cosas que se llevaba, ella, optó por no estar. Pensó que si estaba, podría engancharse a discutir por pavadas, y se autodecretó no hacerlo. Además, dio por descontada cierta dosis de sentido común de la otra parte. Esta, fue la parte de sentido común que le faltó a ella.
Las cosas, muchas de las cosas, el 99% de las cosas eran de él, pues ella -que pensaba en él- cuando veía algo que sabía le gustaría, se lo compraba y lo regalaba. El, cuando veía algo que le gustaba a ella, generalmente lo decretaba "kitsch", y por ende, no lo compraba. El consideraba que el gusto de ella era "burdo", poco estético, como decirlo... chabacano.
El, se asió a las cosas, como si fueran paracaídas en un avión en llamas. Decidió que los regalos de casamiento o generales hechos por amigos de él, eran de él. Lo regalado por ella, era de él. Los objetos de diseño, eran de él. Los cuadros, también eran de él. El, sin la música no podía vivir, y por tanto, el equipo de audio era de él; también los auriculares inalámbricos, dado que como iba ahora a vivir solo, eran obvios los motivos por los cuales los necesitaba. Eso sí, la multiprocesadora, y el lavarropas, serían de ella. No obstante, se llevaría 3 platos playos, 3 hondos, 3 de servicio, y 3 de postre (esto, para joder, nomás). Todas las copas (¿acaso, no las había elegido él?), el sacacorchos estético y el anillo para soportar las gotas. Si la compulsa iba a estar basada en quedarse con las cosas de acuerdo a haberlas elegido o no, je, el ganaba por varios cuerpos. Lo que él no elegía, no entraba a la casa, o entraba por delante, y salía por la bolsa de la basura.
Sólo cometió un error: la cafetera.
El olvidó el valor que para ella tenía la cafetera.
El olvidó que ella, por una cafetera, había emprendido un negocio.
Cuando quiso comprar ESA cafetera, él dijo que era un despropósito, un gasto exagerado e incoherente, innecesario. Decretó que no había dinero para esa cafetera.
Ella, como era, como siempre había sido, empezó a pensar en conseguir dinero para esa cafetera. Así, inició una pequeña empresita, que perduró 4 años, y que generó ganancias considerables de las que todos disfrutaron. Y ella, con la primer ganancia, compró esa cafetera.
Pues el objeto de esa empresa, había sido la cafetera.
El olvidó el valor de la cafetera.
Era todo un símbolo, la cafetera. Un bastión. El faro de Occidente, el primer mazazo en el muro de Berlín. La primer pisada del hombre en la Luna.
Y a él, se le ocurrió llevarse la cafetera.
Ella dijo : - Ah no... con la cafetera, no-
Y lo que hasta ese día había sido "adulto", "serio", "tranquilo", devino en un mare magnum estridente, apocalíptico, una fuerza contra otra fuerza.
Ella, cambió las cerraduras. Puso una traba. Comenzó a reclamar lo que pacíficamente había dejado de lado.
Muy adrede, muy infantilmente, decía: - "Quiero medio auto". (Que mitad sería? En forma horizontal, o vertical? Mientras, seria, formulaba el reclamo, se imaginaba un auto segmentado en forma vertical. Le tocaría la mitad de atrás, o de delante? Se reía, por dentro, se reía. )
"Quiero medio auto", se empacaba.
"Quiero la mitad de las Cuisine & Vins".
"Quiero la mitad de la colección de libros de arte"
"Quiero la mitad de la mesa"
"Quiero la mitad del ficus. Y quiero la parte de arriba, porque la quiero"
"Quiero la mitad de la colección de enciclopedias. Quiero de la "K" a la "Z""
Cada vez eran más incoherentes sus pedidos. Respaldaba la lógica del pedido de la "K" a la "Z" justificando que en la "K" empezaba Kafka.
En realidad, lo que había empezado, era "La metamorfosis" de Kafka.
El, nunca debió tocar la cafetera.
Pero claro, si él se hubiera percatado alguna vez del valor de la cafetera, de lo que ella era capaz de hacer por aquello que deseaba, hubiera podido ver el principio del fin.

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