miércoles, 19 de octubre de 2016

Patriarcado, hombres y mujeres: todos víctimas.

Patriarcado es un término antropológico que define la condición sociológica en que los miembros masculinos de una sociedad tienden a predominar en posiciones de poder; mientras más poderosa sea esta posición, más probabilidades que un miembro masculino retenga esa posición.

Desde la etimología, es el “gobierno de los padres”. Es una forma de organización social en la que los varones ejercen la autoridad en todos los ámbitos, de modo tal de asegurarse la herencia por línea masculina, y  la transmisión del poder.
Es entonces un sistema de dominación masculina sobre las mujeres, que ha ido mutando a través de la historia. Es una estructura opresiva de la mujer, y un esquema de producción y reproducción de la especie humana. Los tres pilares son el sometimiento de la mujer, la represión de cualquier manifestación de sexualidad femenina, y la apropiación de la fuerza de trabajo que posea el grupo dominado.

Se constituye entre el 3100 AC y el 600 DC.
Será pues un sistema familiar, social, ideológico y político en el cual los hombres a través de diversas herramientas (educación, división del trabajo, costumbres, leyes, lenguaje, tradiciones, lenguaje, presión en forma directa o lisa y llanamente la fuerza) determinan cual será el papel que la mujer ha de interpretar a fin de estar sometida al varón.
En la sociedad pre-patriarcal, las mujeres cultivaban, los hombres cazaban o luchaban, y la situación era equitativa. En el paso del nomadismo al sedentarismo comienza la necesidad de defender el territorio de quien quisiera ocuparlo. Eso produce una división del trabajo por la fuerza física –mayor en los hombres-, y la resistencia biológica –mejor en las mujeres-.

A la vez, la mujer siempre tenía la certeza que el hijo era suyo, certeza que el hombre no tenía. También se evitaba la endogamia, y los diferentes grupos humanos van a cruzarse para evitar el debilitamiento como grupo humano. Las alianzas con otros grupos humanos se hacen necesarias y los cruzamientos entre grupo se acentúan. Y uno de los pocos “valores” para entregar al tejer una alianza era una mujer. Eran intercambiadas en transacciones matrimoniales. Ergo, eran una moneda de cambio, un patrón económico, un “stock”.

La sexualidad femenina es la mercancía -el capital- que garantiza poseer la tierra, bienes, y alguna forma de paz entre grupos humanos. A esa mercancía, es necesario apropiársela. Solo puede apropiársela quien la supera en fuerza física. Es propiedad privada, no puede ser libre, ni decidir por sí misma. Por ese motivo la sociedad patriarcal es previa a la sociedad de clases.

Llegado a ese punto, se produce la toma de poder. Existe una tácita declaración masculina de que ese estado de cosas debe concluir, pues si la única que conoce su descendencia es la mujer, y es además “la mercancía” por excelencia, está en una posición de superioridad. Había que prohibir esto, y a esa prohibición se la llamó “Derecho”.  

La mujer entonces comienza a ser dominada económicamente. No puede ser propietaria, y también es excluida de la herencia. Sobreviene luego la dominación física, y a continuación, la espiritual: el sistema legal, el moral y el religioso la marginan.
Se completa esta pintura con algo que la humanidad antes no había vivido: la heterosexualidad obligatoria. De este modo, se asegura la reproducción de la especie, y la herencia vía patrilineal.

Entonces tenemos:
- heterosexualidad obligatoria;
- marginación;
- dominación económica, política, legal, religiosa;
- valor de mercancía. (Cosificación, objetualización)

Además, una característica peculiar del patriarcado es que es una organización metaestable. Esto significa que sus modos y formas van adaptándose a diferentes tipos históricos de organización social y económica, con fluctuaciones pero preservando un sistema de ejercicio del poder.

Al ser la mujer una mercancía - aún al día de hoy- la rivalidad entre mujeres y la solidaridad adoptan formas tortuosas. Es muy difícil generar la autoconciencia de pertenecer a un colectivo históricamente discriminado y usado. Abundan los casos en que “la mujer es el lobo de la mujer”. Destejer la trama de la red socio-cultural que es la nuestra, y desde donde hemos constituido nuestra propia identidad, no es nada fácil.

Las luchas del feminismo no han sido pocas. Ni en la primera ola (ppios. Siglo XX, el sufragio), ni en la segunda (60’s-70’s, la transformación de las relaciones afectivo-sexuales), ni en la tercer ola (90’s a la fecha, con sus múltiples escisiones: el hembrismo, los trans, los queer, los cisgénero, lesbianas, gays, bisexuales, crossdresers, etc.). En estos vaivenes, no siempre hay coincidencias conceptuales ni estructurales.

Planteado esto, es posible considerar la violencia contra las mujeres. Antes, una vez instalado el patriarcado, era algo considerado parte del orden natural de las cosas. Dicho claro: el orden natural de las cosas era que media humanidad tenía derecho (legal, moral, político y religioso) a ejercer violencia contra la otra mitad, pues la otra mitad era una mercancía de su propiedad. Como una mula, un buey o un caballo.

En la Argentina, el 53% de los feminicidios perpetrados en el año 2015 fueron a manos de personas en contacto directo con las fallecidas (pareja, ex pareja, familiar directo o indirecto).

Allí aparece el ancestral “la maté porque era mía”, la expresión más dramática del orden patriarcal, una condición que subyace en estos crímenes. Si mi mercancía más valiosa decide irse, no puedo permitirlo.
Como en la “Fenomenología del Espíritu” de Hegel, sin esclavo no hay amo. Y no hay esclavo sin amo.

Pero el patriarcado es una trampa tanto para las mujeres como para los hombres.
Los hombres se ven involucrados en una competencia intrasexual masculina, dado que deben controlar a las mujeres y a su vez a los otros hombres individualmente. El hombre debe ganarse a esa mujer, y además, evitar que otros hombres la hagan suya, permanentemente. Biológicamente, este gran esfuerzo hace que los hombres vivan menos, se suiciden más, sufren más accidentes laborales y homicidios en defensa de las “propiedades” (cualesquiera sean), se estresen y depriman en mucha mayor cantidad que las mujeres. 


El estudio, publicado en “Evolutinary behavioral sciences”, es la relación positiva entre mortandad masculina y “empoderamiento” femenino.
Kanazawa y Still en su estudio de datos del “índice de poliginia” (que combina el índice de empoderamiento femenino con el coeficiente de Gini) muestran que cuanto menos igualitaria es una sociedad, la proporción de mortandad masculina comparada con la femenina, aumenta.
No es discutible que las sociedades “más patriarcales” son severamente dañinas para los hombres, aunque este dato contradiga las expectativas ideológicas tanto de los “conservadores” como de las feministas.

Se puede decir que la situación es paradójica.


Finalmente, el patriarcado como sistema de opresión milenario es la forma en que algunos hombres muy poderosos controlan tanto a casi todas las mujeres como a otros hombres, y además de ello, a los recursos no humanos. Un capital concentrado que transforma a gran parte de la humanidad en víctimas, sean mujeres u hombres. 

1 comentario:

Antonio (el Mayolero) dijo...

¡Bieeen Almita!!!! Se te extraña siempre.

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