sábado, 20 de diciembre de 2008

Algo de Roland Barthes

Circunscribir (fragmento)

" Ese proyecto es loco, puesto que lo imaginario es precisamente definido por su coalescencia (su engrudo), o todavía más: su poder de impregnación: nada, de la imagen, puede ser olvidado; una memoria extenuante impide abandonar a voluntad el amor, en suma, habitarlo sabiamente, razonablemente.

Puedo muy bien imaginar procedimientos para obtener la circunscripción de mis placeres (convertir la escasez de frecuentación en lujo de la relación, a la manera epicúrea; o, más aún, considerar al otro como perdido, y por lo tanto experimentar, cada vez que el vuelve, el alivio de una resurrección), pero es un vano trabajo: la miseria amorosa es indisoluble; se debe sufrir o salirse: arreglar es imposible (el amor no es didáctico ni reformista). "


Roland Barthes

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Aquellas pequeñas cosas / J. M. Serrat

Uno se cree que las mató
el tiempo y la ausencia.
Pero su tren vendió boleto
de ida y vuelta.
Son aquellas pequeñas cosas
que nos dejó un tiempo de rosas
en un rincón, en un papel
o en un cajón.
Como un ladrón
te acechan detrás de la puerta.
Te tienen tan a su merced
como hojas muertas,
que el viento arrastra allá o aquí...
que te sonríen tristes y nos hacen que
lloremos cuando nadie nos ve.

Zygmunt Bauman: enamorarse y desenamorarse en el capitalismo

Fragmentos de un interesante trabajo de Zygmunt Bauman.


"Mientras está vivo, el amor está siempre al borde de la derrota. Disuelve su pasado a medida que avanza, no deja tras de sí trincheras fortificadas a las que podría replegarse para buscar refugio en casos de necesidad. Y no sabe qué le espera ni qué puede depararle el futuro. Nunca adquiere la confianza suficiente para dispersar las nubes y apaciguar la ansiedad. El amor es un préstamo hipotecario a cuenta de un futuro incierto e inescrutable.
El amor puede ser -y suele ser- tan aterrador como la muerte; sólo que, a diferencia de la muerte, encubre la verdad bajo oleadas de deseo y entusiasmo. Es sensato equiparar la diferencia entre el amor y la muerte a la que existe entre la atracción y la repulsión. Si lo pensamos dos veces, sin embargo, ya no podemos estar tan seguros. Las promesas del amor son, generalmente, menos ambiguas que sus ofrendas. De ese modo, la tentación de enamorarse es avasallante y poderosa, pero también lo es la atracción que ejerce la huida. Y el señuelo que nos induce a buscar una rosa sin espinas está siempre presente y resulta difícil de resistir.


Deseo y amor. Hermanos. A veces, mellizos, pero nunca gemelos idénticos.
El deseo es el anhelo de consumir. De absorber, devorar, ingerir y digerir, de aniquilar. El deseo no necesita otro estímulo más que la presencia de alteridad. Esa presencia es siempre una afrenta y una humillación. El deseo es el impulso a vengar la afrenta y disipar la humillación. Es la compulsión de cerrar la brecha con la alteridad que atrae y repele, que seduce con la promesa de lo inexplorado e irrita con su evasiva y obstinada otredad. El deseo es el impulso a despojar la alteridad de su otredad, y por lo tanto, de su poder. A partir de ser explorada, familiarizada y domesticada, la alteridad debe emerger despojada del aguijón de la tentación, sin ningún acicate. Es decir, si es que sobrevive a tal tratamiento. Sin embargo, lo más posible es que, en el curso del proceso, sus restos no digeridos hayan pasado del terreno de lo consumible al de los desechos.
Lo que se puede consumir atrae, los desechos repelen. Después del deseo llega el momento de disponer de los desechos. Según parece, la eliminación de lo ajeno de la alteridad y el acto de deshacerse del seco caparazón se cristalizan en el júbilo de la satisfacción, condenado a desaparecer una vez que la tarea se ha realizado. En esencia, el deseo es un impulso de destrucción. Y, aunque oblicuamente, también un impulso de auto-destrucción; el deseo está contaminado desde su nacimiento por el deseo de muerte. Sin embargo, éste es su secreto mejor guardado y, sobre todo, guardado de sí mismo.
Por otra parte, el amor es el anhelo de querer y preservar el objeto querido. Un impulso centrífugo, a diferencia del centrípeto deseo. Un impulso a la expansión, a ir más allá, a extenderse hacia lo que está "allá afuera". A ingerir, absorber y asimilar al sujeto en el objeto, y no a la inversa como en el caso del deseo. El deseo es ampliar el mundo: cada adición es la huella viva del yo amante; en el amor el yo es gradualmente transplantado al mundo. El yo amante se expande entregándose al objeto amado. El amor es la supervivencia del yo a través de la alteridad del yo. Y por eso, el amor implica el impulso de proteger, de nutrir, de dar refugio, y también de acariciar y mimar, o de proteger celosamente, cercar, encarcelar. Amar significa estar al servicio, estar a disposición, esperando órdenes, pero también puede significar la expropiación y confiscación de toda responsabilidad. Dominio a través de la entrega, sacrificio que paga con engrandecimiento. El amor y el ansia de poder son gemelos siameses: ninguno de los dos podría sobrevivir a la separación.
Si el deseo ansía consumir, el amor ansía poseer. En cuanto la satisfacción del deseo es colindante con la aniquilación de su objeto, el amor crece con sus adquisiciones y se satisface con su durabilidad. Si el deseo es auto destructivo, el amor se autoperpetúa.
Como el deseo, el amor es una amenaza contra su objeto. El deseo destruye su objeto, destruyéndose a sí mismo en el proceso; la misma red protectora que el amor urde amorosamente alrededor de su objeto, lo esclaviza. El amor hace prisionero y pone en custodia al cautivo: arresta para proteger al propio prisionero.
El deseo y el amor tienen propósitos opuestos. El amor es una red arrojada sobre la eternidad, el deseo es una estratagema para evitarse el trabajo de urdir esa red. Fiel a su naturaleza, el amor luchará por perpetuar el deseo. El deseo, por su parte, escapará de los grilletes del amor.
Una observación aguda, un cálculo sensato: usted se encuentra ante una elección. Elige el amor o elige el deseo.

Como los actos nacidos de las ganas ya han sido profundamente implantados por los enormes poderes del mercado de consumo, seguir un deseo parece conducirnos, de manera incómoda, lenta y perturbadora, hacia el compromiso amoroso.
En su versión ortodoxa, el deseo necesita atención y preparativos, ya que involucra largos cuidados, complejas negociaciones sin resolución definitiva, algunas elecciones difíciles y algunos compromisos penosos, pero peor aún, implica también una demora de la satisfacción, que es sin duda el sacrificio más aborrecido en nuestro mundo entregado a la velocidad y la aceleración. En su radicalizada, reducida y sobre todo compacta encarnación en las ganas, el deseo ha perdido casi todos esos atributos desalentadores, concentrándose más exclusivamente en el objetivo. Como lo expresaban las publicidades que anunciaban la novedad de las tarjetas de crédito, ahora es posible concretar "el deseo sin demora".
Cuando la relación está inspirada por las ganas ("las miradas se encuentran a través de una habitación atestada"), sigue la pauta del consumo y sólo requiere la destreza de un consumidor promedio, moderadamente experimentado. Al igual que otros productos, la relación es para consumo inmediato (no requiere una preparación adicional ni prolongada) y para uso único, "sin perjuicios". Primordial y fundamentalmente, es descartable.
Si resultan defectuosos o no son "plenamente satisfactorios", los productos pueden cambiarse por otros, que se suponen más satisfactorios, aun cuando no se haya ofrecido un servicio de posventa y la transacción no haya incluido la garantía de devolución del dinero. Pero aun en el caso de que el producto cumpla con lo prometido, ningún producto es de uso extendido: después de todo, autos, computadoras o teléfonos celulares perfectamente usables y que funcionan relativamente bien van a engrosar la pila de desechos con pocos o ningún escrúpulo en el momento en que sus "versiones nuevas y mejoradas" aparecen en el mercado y se convierten en comidilla de todo el mundo. ¿Acaso hay una razón para que las relaciones de pareja sean una excepción a la regla?

Todo ese unirse y separarse posibilita percibir la existencia simultánea del impulso hacia la libertad y el anhelo de pertenencia, y encubre, si es que no altera completamente, la disminución y privación de esos anhelos.
Ambos impulsos se funden y mezclan en la absorbente y consumidora tarea de "crear una red de conexiones" y "navegar en la red". El ideal de "conexión" se debate por aprehender la difícil y desconcertante dialéctica entre dos impulsos irreconciliables. Promete una navegación segura (al menos no fatal) entre los arrecifes de la soledad y del compromiso, entre el flagelo de la exclusión y la férrea garra de los lazos asfixiantes, entre el irreparable aislamiento y la atadura irrevocable.
Chateamos y tenemos "compinches" con quienes chatear. Los compinches, como bien lo sabe cualquier adicto, van y vienen, aparecen y desaparecen, pero siempre hay alguno en línea para ahogar el silencio con "mensajes". En la relación de "compinches", el ir y venir de los mensajes, la circulación de mensajes, es el mensaje, sin que importe el contenido. Tenemos pertenencia... al constante flujo de palabras y oraciones inconclusas (abreviadas, por cierto, truncadas para acelerar la circulación). Pertenecemos al habla, no a aquello de lo cual se habla.
No hay que confundir la obsesión actual con las confesiones compulsivas y el derroche de confidencias que preocupaban a Sennett treinta años atrás. El objetivo de emitir sonidos y enviar mensajes ya no es someter las entrañas de la propia alma a la inspección y aprobación de la pareja. Las palabras, pronunciadas o tipiadas ya no luchan por consignar el viaje de descubrimiento espiritual. Tal como lo expresó admirablemente Chris Moss (en el Guardian Weekend), por medio de "el chat por Internet, los teléfonos móviles, los mensajes de texto", la introspección es reemplazada por una interacción frenética y frívola que expone nuestros secretos más profundos al lado de nuestra lista de compras". Quiero comentar que, sin embargo, esa interacción, a pesar de ser frenética, tal vez no parezca tan frívola cuando uno advierte y recuerda que su objeto -su único objeto- es mantener vivo el chateo. Los proveedores de acceso a Internet no son sacerdotes que santifican la inviolabilidad de las uniones. Las uniones no tienen en qué apoyarse salvo en el chateo y los mensajes de texto; la unión sólo se mantiene gracias a nuestra charla, nuestro llamado telefónico, nuestros mensajes de texto. El que deja de hablar queda fuera. El silencio es igual a la exclusión. Il n’y a pas dehors du texte, por cierto -no hay nada fuera del texto-, aunque no en el sentido en que lo dijo Derrida.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Superficialidad y pseudointelectualidad en el cine

La crítica de cine, sea profesional o amateur, cuenta con dos tipos de personajes, a saber:


Los fiscales de lo superficial y defensores públicos de lo pseudointelectual.


¿Por qué unos fiscales y otros, defensores públicos? porque la diferencia entre un fiscal y un defensor público -ambos empleados del estado-, es el posicionamiento: el fiscal, defiende en nombre de "la nación" o "el pueblo", de un interés mayor o un bien común, y el defensor público defiende a quien decide no disponer que nadie que lo defienda, a quien supone no necesita defensa.
Los fiscales de lo superficial pueden salir con un cuchillo entre los dientes a defender "Planet Terror", de Tarantino, de la dupla "Grindhouse/Planet Terror".
Los defensores públicos de lo pseudointelectual, morirían o matarían por "Inland Empire", de David Lynch. O por "Amelie", en el género comedia.
Dejemos en el medio la gigantesca masa de películas que no merecen ser "defendidas", sino vistas, ya sea por su intrascendencia ("Zack and Miri Make a Porno"), o porque no necesitan defensa alguna porque nada de ellas es cuestionable ("La vida secreta de las palabras"), o porque son tan contundentes que quién se vá a poner a defender qué cosa ("He was a quiet man").
Quedémonos pues con aquellas que una parte de la crítica le pone un 2, o un 0, y la otra un 10, o un 9. Aquellas que cuando vemos una crítica decimos "o esto es fantástico, o es un reverendo aburrimiento de 3 horas". La experiencia me indica que siempre, por uno u otro motivo, estas películas no me gustan, no entran en mi esquema promedio. Me aburren por uno u otro motivo.


Los fiscales de lo superficial
No debería confundirse lo desprolijo, con lo deliberadamente caótico o con la escasez de recursos. O lo pobre con lo minimalista. O el resultado de una época por motivos muy específicos, con un estilo. Los fiscales de lo superficial mezclan todo, y extraen las conclusiones que desean.
Nadie con 1 (ya no dos) dedos de frente puede decir que "Planet Terror" es una obra de arte, o una buena película. El género bizarro fué el resultado de una época del cine, cuando las cámaras y los productos necesarios (iluminación, celuloide, pequeñas escenografías) se popularizaron llegando a más gente que intentó hacer cine, un cine que era experimental pero no por experimentar con el cine en sí -no "experimental onda Sundance"-, sino por la experiencia de intentar hacer cine. Cinéfilos consumados, que lograron llegar a tener una cámara en sus manos, y comenzaron a hacer películas. Podemos decir que comenzó con Ed Wood -en 1953, recolectando pedazos de celuloide de películas grabadas descartadas en un tarro de basura fuera del estudio, y concluyó a principios de los '70, con la Blackexplotation. Películas de bajo presupuesto porque no había dinero, no porque no había intención de poner más dinero.
Hecha esa disquisición, hay quienes pretenden elevar al lugar de "obra de arte" a películas más bien pobres y desprolijas, que minimalistas y escasas de recursos.
Resultan increíbles los argumentos que encuentran. Inadmisibles, diría.
Forrest Gump, supuestamente comedia, me resulta triste, muy triste. No es Zelig, a la cual quizás copia descaradamente.
Tarantino, para mi gusto, es uno hasta 1994, y otro, a partir de 1995. Hay un antes y un después de Pulp Fiction.
Antes de Pulp Fiction, era como Ed Wood. Poco presupuesto, buscar actores baratos o pasados de moda, e intentar filmar en locaciones que conseguía prestadas. Un cine "experimental" minimalista por falta de recursos, pletórico de ideas que no se podían concretar a la perfección, cayendo en el ridículo, ese ingrediente imprescindible de lo bizarro, sin el cual, no existe.
A partir de que Tarantino tiene su primer éxito de taquilla, y por ende, recursos, ya no se puede alabar que continúe haciendo ESE cine. Debería haber evolucionado hacia hacer cine CON recursos y sin ridículo, y buen cine. Pero se quedó allí, intentando reproducir pobreza y escasez donde no la había, haciendo un cine independiente de mentirita, produciendo filmes malos, no bizarros, simplemente malos ("Hostel").
Comprendo que a algunos de que quienes fueron al cine entre 1960 y 1975, sean fans de lo bizarro, porque en las matinés (3 películas) se exhibía siempre una película bizarra. Entonces, a algunos de nosotros, que vivimos esa época, nos suena a revival. Explicado: te hace recordar a tu niñez o adolescencia, te retrotrae, y le otorgás el valor de la memoria y el recuerdo, alguno diría, el homenaje.
Ahora bien: quien no vivió esas matinés y no tiene ese recuerdo, ¿qué podría ver en "La tiendita del horror" versión original? Sólo una película mala, muy mala.
Es lo mismo que no puede ver quien no concurrió falsificando un documento a ver alguna película de Isabel Sarli. La Coca tuvo el valor que tuvo por aquellos para quien La Coca era el único pedazo de "carne" que podían ver en ese momento. Un recuerdo de una transgresión y un encuentro frontal con el sexo en una pantalla. Toda una aventura. Alguien que vá y alquila una película de IS sólo puede ver una mala película.

Los defensores públicos de lo pseudointelectual
Lo críptico nunca es necesariamente genial, eso considero. Los haikus son de alguna manera crípticos, y los hay geniales y patéticos. Una película críptica, incomprensible para la mayoría del público que la vá a ver (no los que no la van a ver, los que la ven; los que de algún modo nos dicen que le despierta interés, que se animan a sentarse tres horas a ver "Luz silenciosa" de Carlos Reygadas), nadie puede negarlo, es fundamentalmente algo aburrido. Escenas largas, innecesarias, porque no vamos a entender mejor a los menonitas mexicanos por pasar 80 segundos contemplativos como un menonita, eso sería una forma de creer que 80 segundos con cualquier ser social nos dice mucho o todo sobre ese ser, y sabemos que no es verdad. Aburrido no es genial. Algo aburrido es solamente eso, algo aburrido.
Los conejos de Inland Empire, los conejos... se ha hablado de esos conejos hasta el hartazgo. "Significan esto".... "No, no, significan aquello!". Y ese es el problema, que se habla.
Cuando una obra de arte surrealista o cubista es realmente arte, nadie anda discutiendo verbalmente lo que significa. Se sobreentiende que cada uno entenderá o discernirá "x" cosa, y para eso fué hecha; para abrir la mente a nuevas viejas sensaciones, para sacudir lo interno. Uno vé "Guernica" y no anda parloteando y discutiendo qué quiso decir Picasso. Entiende lo que uno entiende, y vamos, alcanza y sobra.
Los DF de los pseudointelectual se ven obligados moralmente a salir a gritar a los cuatro vientos la genialidad del producto/obra que defienden, como cruzados obesionados con la necesidad de defensa de la obra, que en realidad, pocas personas ponen empeño en atacar, escuchándose como mucho un lacónico "no la terminé de ver, me aburrió", o si fué al cine "que porquería, tiré el dinero de la entrada a la basura". Como delirantes cruzados de ojos desorbitados y espadas refulgentes, salen desesperados a vender "las bondades del producto". En el camino, pierden cualquier clase de dignidad o moral, o respeto intelectual que uno les pudiera tener previamente. Es tan salvaje la defensa -defensa ante un ataque que no existe, lo cual sería una forma de paranoia, ¿no?-, que uno los pasa a considerar "delirantes poco creíbles". Siempre he considerado que la hipocresía es la forma más perversa de la imbecilidad; ¿estarán siendo hipócritas?. En tal caso, pasan más bien por imbéciles.


Intervalo.
No tengo ganas ni tiempo para discutir con nadie la antigua pseudo polémica basada en que despreciar lo pseudointelectual porque resulta aburrido, es algo que importa y vale la pena.
Tampoco, en trenzarme en la pseudo polémica basada en que despreciar lo bizarro por malo es de persona "que no entiende el concepto".
Por arte de magia las cosas no se transforman en buenas y nutricias. Lo malo y vacío es malo y vacío, le busquemos la vuelta que le busquemos.
Aunque el mejor crítico del mundo lo diga, si una película no puede atraparme ni 20 minutos, es mala, y en parte, es vacía.
Porque precisamente en retener la atención del espectador es en lo que reside la magia y el encanto del cine; el no estar mirando el reloj cada 10 minutos, el no parar el reproductor 25 veces en 90 minutos, nos habla de algo que nos atrapa, nos mimetiza y nos permite hacer catarsis.
Y el teatro, padre del cine, se basa en ello: poder hacer catarsis, poder "meterse" en lo que uno está viendo y sentirse parte. Tensarse, relajarse, pensar, reflexionar.


Epílogo (como toda BUENA película)
Una experiencia catártica, es una experiencia que, provocada por un estímulo externo, proviene de nuestro interior, y debería ser purificadora. Una purga.
En la tragedia, según Aristóteles, la catarsis era el efecto que provocaba en los espectadores, dado que tocaba dos puntos claves: la piedad y el terror. Era la purificación psicológica de la piedad y el terror propios.
En la comedia, la catarsis debería lograr que la persona ría al sentir una amenaza de sus capacidades de controlar el entorno y a las personas que habitan en él, y llegar hasta a dudar de la capacidad de controlar sus pensamientos y deseos. Con grandes contradicciones, si dicha amenaza se torna muy real, no convoca risa. El espectador, no ríe. La balanza debe oscilar entre ser una amenaza abrumadora, y paralelamente, equivaler a nada. Esto explica el devastador éxito del humor implementado en el cine de los hermanos Marx, o de Chaplin.
Retomando para cerrar los ejemplos del principio, desde la tragedia; Inland Empire o Luz Silenciosa, no convocan ni a mi piedad ni a mi terror. Y como no puedo expurgarlos, no puedo hacer catarsis. Menos que menos Planet Terror, pues es un terror tan pasado de rosca que no resulta amenaza alguna. Ni hablar de las películas de zombies.
Desde la comedia, "Amelie" no me convoca a risa. Ese "Fabuloso destino de Amelie Poulain" no me resulta gracioso, sólo casi en el borde del delirio mental, casi en una patología. Simplemente, naïf. "Zelig" ES comedia, pues equilibra la balanza a la perfección: mueve la balanza permanentemente, haciendola oscilar de tal modo, que la amenaza, jamás es real. "Forrest Gump" se queda corta, y hasta cuesta reírse de un personaje que uno vé como discapacitado mental. Roza, -mal, muy mal- el humor negro.


A veces, al leer las críticas, es dable preguntarse si más que ante una defensa en pro de la comprensión de determinados productos artísticos, no estamos ante una descarada reivindicación de lo absolutamente vacío.
La ausencia absoluta de inteligencia, complejidad seria -no complejidad absurda- y sutileza jamás han garantizado una buena obra de arte. Más bien, lo contrario.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Las posibilidades ¿existen o son una ilusión?

En este mundo parcialmente globalizado, internetizado, multimediático y fundamentalmente exhibicionista, nos encontramos permanentemente ante una cantidad tal de supuestas posibilidades, que las mismas llegan a ser paralizantes; inmovilizan.
Cabría preguntarse hasta qué punto esas posibilidades son posibles, hasta que punto son y existen, y hasta que punto no nos estamos sumergiendo en una locura generalizada donde creemos que las posibilidades existen, y en realidad, son las fantasías que otros y nosotros construímos en una espiral ascendente de constante exhibicionismo y deseo de parecer que son y somos aquello que ni son, ni somos.
Ilusiones. Humo. Fantasmagorías.
Hasta qué punto no estamos siendo somos voyeuristas y exhibicionistas de posibilidades que no existen en lo concreto, y sólo habitan las fantasías de quienes las fabrican para exhibirlas como si en realidad así fueran, y existieran, creando una sensación aún mayor de vacío e impotencia, como si la concreta sensación de la nada de la existencia misma, no alcanzara y fuera suficiente.
Toda posibilidad, además de ser posibilidad de que algo "sea", es también posibilidad de que algo "no sea".
En lo real, en lo concreto, ¿se experimenta conocer eso posible, o se experimenta hallar la nada, lo real, que aquello prometido no existe?
Cuando creemos que algo que deseamos es posible, intentamos ir a por ello. Intentamos obtenerlo, para de tal modo, poder concretar ese deseo.
Cuando nos chocamos con la pared de la realidad muchas veces, entramos en la duda. ¿Es posible, o sólo parece que fuera posible pero en realidad no lo es?
La probabilidad de poder, la probabilidad de la posibilidad, angustia, y mucho. Porque cuando no se torna posible, genera más vacío que el que previamente existía.
Los medios citados al principio nos permiten hoy como humanos creer que es posible. Nos saturan con la idea de la posibilidad, desde todos los lugares.
Y no voy a negar que a veces, es posible. Pero considero que muchísimas veces, vemos fantasmas, ilusiones, reflejos en los espejos, nada más que eso, multiplicados ad infinitum en un caleidoscopio que jamás cesa de girar, y que cada día, gira más rápido. El tema de Internet y los nicks nos ha enseñado lo caleidoscópico que todo puede ser. La publicidad, y la realidad; "es posible ser dueño", cuando en realidad, es posible a costos altísimos, por dar un ejemplo. La visión que nos muestran los noticieros, y la realidad concreta que nos cruzamos día a día.
Lo posible está siempre en conexión con lo futuro. Porque, o ya fué, y no cabe hablar de "posibilidad", o no fué, y en tal caso, fué "imposibilidad".
Si se parte que para poder concebir la libertad, ésta debe entenderse desde que lo posible es lo por venir, lo futuro, y que para el tiempo, lo único posible es lo futuro, es vital contar con que lo posible es mínimamente "tal vez posible", que no es un espejismo, que no es, desde el vamos y sin duda alguna, imposible.
Obviamente como humanos tendemos a creer; a tener que inventarnos una zanahoria para continuar, para creer en lo posible.
Las situaciones límite nos enfrentan con la finitud de todo, con la imposibilidad de nuestro poder, con el descreimiento de no poder. Y allí, no somos libres, somos presas rengas de una desesperanza veloz. Enfrentados a la nada, esclavos de la imposibilidad, lo opuesto a lo incólume. Chocando con el mismo vidrio una y mil veces, como la abeja que encerrada en un cuarto, busca salir al exterior.
No podemos no morir, excluyentemente; además, no podemos no ser culpables, no podemos no sufrir, no podemos ser eternamente jóvenes.
La soledad nos acerca al conocimiento de la existencia, de la finitud, de los escollos. Soy mujer, soy mortal, soy no joven, soy no lo que creía ser, y sólo me resta resignarme a ello, y enfrentar así la vida, con ese conocimiento, con esas certezas; porque esas sí son certezas, en un mundo tan incierto. Esas posibilidades sí que son posibles, y no son meras ilusiones. Envejeceré, moriré, fallaré, seré culpable, sufriré, certezas absolutas de mi humanidad.
Si el tiempo pasado es lo que fué o no fué, y el tiempo futuro son las posibilidades, el tiempo presente es la decisión.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

El peligro de banalizar la historia reciente

Los Juicios de la Verdad, y todos aquellos que se llevan adelante para conocer el destino de desaparecidos, o el lugar donde reposan sus huesos, o para lograr condenas a los genocidas, son armas de doble filo. Por un lado, cabe preguntarse si la justicia tardía es justicia, o tan sólo es un acto de compromiso, algo hecho al sólo efecto de cerrar una etapa. La memoria reciente, necesita imprescindiblemente distancia y recato. De nada sirve escarbar en la herida, volver a embararrarse una y mil veces en el autoflagelo, quedarse instalado en la revancha perpetua. Porque en esa perpetuación, es la propia vida la que se vá, y cabe preguntarse hasta que punto no es un acto morboso o patológico.
¿Se puede rechazar la melancolía, y seguir adelante? parece que para muchos no. Han quedado atrapados en esa telaraña, y su vida se ha convertido en seguir las causas judiciales día a día, revivir lo sucedido todos los días, todo el día. Humanamente supongo que haber tenido vivencias horrorosas marca a fuego el cuerpo, y hostiga el alma, impidiendo vivir una nueva vida, porque esa es LA vida.
¿Sirven esos juicios? A la sociedad, ¿le sirven? a los damnificados, ¿les sirven? Una sentencia judicial escrita en un papel, ¿a alguien le sirve?
Ha sido posible ver que, mientras los acusados -allí presentes- permanecían inmutables, decenas de víctimas o familiares que se deshacían en llanto y dolor. Otros sufrían descompensaciones. ¿Era y es necesario? Los victimarios permanecían inmutables, reitero.
Por si ello no alcanzare, la desaparición de Julio López completa el panorama de lo que puede significar ser "un testigo".
¿Es necesario repetir como testigo una y mil veces el sonsonete del calvario padecido? Expedientes de miles de fojas, ¿no alcanzan para que los jueces adopten una resolución que evite el juicio oral y público?
Supongo que las víctimas intentarán reconstruír defensas para poder continuar con la cotideaneidad, con la rutina. Reconstruír esos actos que están en la memoria 2, 3, 4 veces al año, ¿no es matarles otra vez la construcción?
No planteo fingir que nada existió. Ni caer en una amnesia donde nada de lo malo e indigno se recuerda. Pero ¿hay derecho de destruírlos otra vez? ¿A quién perjudican más estos juicios, a las víctimas o a los victimarios, personas de edad avanzada con poca vida por delante?
Me dá la impresión que ciertos actos políticamente correctos resultan humanamente muy incorrectos.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Triunvirato masculino (humor negro, negrísimo)

Los hombres viven bajo la amenaza de un triunvirato que acecha sus años maduros. Se compone de un alemán (Alzeheimer), un inglés (Parkinson) y un ruso (Próstata).

Un homenaje: Audrey Hepburn

Audrey Hepburn, «la estrella que no veía su propia luz» Una estrella que fue toda fragilidad, y no sólo por sus 50 centímetros de cintura: «Todos se enamoraban de su inseguridad, era una estrella que no veía su propia luz», dijo de ella su hijo Sean..
Por algo Hepburn ha merecido ahora que Donald Spoto, el llamado biógrafo de Hollywood -retratista post mortem, por ejemplo, de Hitchcock, Marilyn y Tennessee Williams-, volviera su mirada hacia ella. El resultado, que llega a España editado por Lumen, traza el perfil de una mujer traumatizada por los fracasos matrimoniales de su madre -y los suyos propios: seis abortos-, fumadora compulsiva de tres cajetillas al día, de ademanes aristocráticos pero amable cercanía.
«Una mujer que nunca se creyó más que nadie y siempre pensó antes en los demás que en ella misma», dice Spoto, quien, por cierto, apenas ilumina el lado oscuro del personaje (si lo hubiere), algo extraño para quien retrató a un Hitchcock dominado por sus represiones y a una Marilyn Monroe manipulada por bandadas de buitres, algunos de apellido Kennedy: «¡Quizá no haya ese lado oscuro!», se defiende él, «pero en EEUU sí ha habido polémica porque hablo de sus amantes extramatrimoniales... ¡Espero que Europa sea más comprensiva!». En la nómina, William Holden, Albert Finney, Ben Gazzara y un rosario más de varones, incluidos el torero Antonio Ordóñez y Alfonso de Borbón.
Sentimientos encontrados de Hepburn con respecto a su progenitora, la baronesa holandesa Ella van Heemstra: una mujer de dureza granítica -«lo has hecho muy bien, teniendo en cuenta que no tienes talento», le llegó a soltar tras una actuación- y moral victoriana: «Fue una madre centroeuropea de la época», disculpa Spoto. La baronesa se aseguró de que su hija tuviera unos exquisitos modales, pero también de que «jamás mostrara demasiado sus emociones». El toque distinguido procede pues de ella, pero también la necesidad de cariño: «Yo sólo quería ser querida», confesaría Hepburn más de una vez.
Un Bogart ya muy alcoholizado, con quien coincidió en Sabrina, solía torturarla en el rodaje: «¿Es que no puedes hacerlo mejor que eso?», le lanzaba. Gregory Peck quedó enamorado en Vacaciones en Roma: «Es imposible no quererla». En el mismo filme, William Wyler se cansó de que Hepburn no fuera capaz de llorar en escena y le soltó tal bronca que la dejó, efectivamente, llorando y lista para rodar. En Robin y Marian, Richard Lester la torturó con su veloz ritmo de trabajo: «He sido tratada mejor», fue lo más que dijo ella, siempre tan educada.
Su primera aparición en Givenchy, en 1953, deslumbró a Hubert de Givenchy, que le dejó elegir lo que quisiera del guardarropa y se declaró enamorado. Su amistad duraría 40 años, hasta la muerte de Hepburn en Suiza en 1993, «víctima del tabaco, que la ayudó a combatir su nerviosismo toda la vida». Al final, como su madre, la mujer que cambió el modelo de belleza del siglo XX dedicó sus últimos años a los más pobres, como embajadora de Unicef. Tal vez su última «insumisión», dice Spoto, al falso y dorado Hollywood.

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...